miércoles, 16 de marzo de 2011

Otros cuerpos I.

Cuando el espejo nos devuelve nuestro reflejo, lo que vemos no es lo que somos, tampoco lo que no somos. Es precisamente un reflejo, una imagen, que viene a coincidir con la idea que, por medio de la imaginación, tenemos de quienes somos.

Podemos estar más o menos satisfechos con esa imagen, depende del día, pero hay que contar con que en todo momento esa imagen no nos hace realmente justicia. Existen ciertos objetos, mismos con los que entramos en relación con el mundo, que son parte del cuerpo y que, sin embargo, en la imagen no se registran. ¿No es acaso la voz parte del cuerpo?, ¿no lo es la mirada?, por citar dos de ellos.

Una mirada puede hablar por sí misma, es lo que se dice igualmente de una imagen. Incluso a ésta se le da un valor superior que a las palabras, a razón de más de una por mil, aproximadamente. ¿Pero cómo tener constancia de la expresión de la propia mirada? Hagan el intento de imaginarla, o incluso de captarla frente a un espejo. Parece que nos rehuye, o que la rehuimos.

No es menos complicado retener la mirada de alguien más. Se puede mirar a unos ojos y la mirada estar en ese instante pérdida. ¿De quién sería en ese instante la mirada?, ¿del que mira?, ¿del que es mirado, de la que es mirada? El cuerpo es mirado, el cuerpo es mirada. Pero irremisiblemente la mirada acabará perdida.

De esta, entre otras pérdidas, es que adolece la imagen.

Y el psicoanálisis, ¿cómo saca partido de tales objetos cuya esencia es pura evanescencia? Situándolos en un entre, semejante al espacio donde se da la angustia, dejando que circulen al interior de un discurso.

Si bien es cierto que las palabras no pueden dar cuenta de la evanescencia, pueden perfectamente circundarla. Una operación semejante a la llevada a cabo por medios quirúrgicos, sin llegar al nivel de asepsia que en ellos se procura. Algo por esa operación cae, y lo que obtenemos a cambio es un saber, en sí, infinitamente más valioso que las palabras que nos condujeron hasta él.

No se trata del valor de las palabras, sin pretender quitarles el mucho valor que tienen cuando son ciertas, si no de lo que obtenemos a cambio de su pago. Pagamos para poder hablar, y hablamos para poder saber. Aunque saberlo todo no se puede. Pues de hecho, ese todo, de pretenderse abarcar, supondría tanto como poder obtener de cada poro de nuestro piel una imagen aprensible, ya sea en el espejo, ya por medio de la imaginación.

¡Dejemos que los poros sigan siendo poros! No hay piel más bella que la de poros limpios.

Al igual que transpira por ellos, el cuerpo, en una relación con su entorno, exclusiva del que habla, trasciende al ser hablado. El ser hablado, si es, es porque es cuerpo.

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