lunes, 28 de febrero de 2011

El campo del psicoanálisis

Dejémoslo claro, donde siembra el psicoanálisis, de donde recoje su cosecha, es del cuerpo del sujeto del inconsciente.

Hago hincapié en esto pues son ya varías las veces que llega a mis oídos la reserva que se le pone al psicoanálisis aduciendo que no es más que una intelectualización de procesos emocionales que bien podrían ser tratados por otros medios más táctiles. Me refiero a prácticas que trabajan en relación directa con el cuerpo. Y que a mi entender buscan procurar una alineación entre el espíritu y el cuerpo. Son prácticas a las que, en concreto, estoy agradecido.

No creo que se deba posicionar al psicoanálisis enfrentado a ellas. ¡Como si al analista le pudiera faltar tacto! De tacto se trata, de entrar en contacto con una materialidad que penetra en los cuerpos tanto del que habla como del que escucha, lugares intercambiables durante el análisis, pues lo que está en el aire, lo que se juega en el análisis, está entre ellos, y en ellos.

Se podría hablar de materialidad inconsciente, si previamente se entiende por inconsciente el cuerpo. Es cierto que se puede tomar cierta consciencia del propio cuerpo, y que aquella se puede prolongar en el tiempo. Pero el cuerpo vibra en registros que nos son imperceptibles. La manera en que capta su entorno, que no empieza más allá de su piel, ni acaba más acá de sí mismo, su reversibilidad, lo impide. El entorno al cuerpo nos obligaría a imaginar a éste como una banda que se podría recorrer por ambos lados sin poder apercibirnos de en qué momento se ha pasado de una cara de la banda a la otra. Es un recorrido al infinito por la eternidad. Se deja de recorrerlo una vez que el cuerpo es un cuerpo muerto.

El psicoanálisis, aunque parezca una obviedad, trabaja con cuerpos vivos. No se dirige al razonamiento, ni pretende tampoco una comprensión. Pues lo inconsciente, si bien posee su propia lógica, es esta una lógica irracional. El que se puede decir que tiene alguna noticia de lo inconsciente, es el cuerpo, y el que puede darla al que escucha, también.  El que habla en psicoanálisis es un cuerpo.

Si dije que del cuerpo del que se ocupa el psicoanálisis es el cuerpo del sujeto del inconsciente, es por que este sujeto no es otro que el mismo sujeto del enunciado, pero el que enuncia no es ningún sujeto. El que enuncia es el cuerpo.

Cuando el que se analiza dice yo, no sabe que ese yo al que se refiere es y no es el cuerpo, y al cuerpo ni falta que le hace que lo sepa. Yo, viene en representación de algo que no se puede abarcar al tratar de ser nombrado. Pero la falta de correspondencia no impide, eso sí, que el cuerpo sea tocado por el enunciado. Pues la enunciación se refiere a él. Es un anuncio de encarnación. Un anuncio por palabras.

El psicoanálisis traduce para el que habla parte de esas vibraciones, de esos gestos corporales, que son el lenguaje de un cuerpo que, por ser hablado, deja de ser algo compacto, hermético a su entorno. Esa porosidad es de la que se vale el psicoanálisis. Una cosa es el órgano fonador (que por cierto, también es cuerpo) que hace audibles las palabras, y otra, los lugares de donde éstas se recolectan.

El cuerpo está sembrao de palabras, o, cuando menos, tiene buena disposición para la siembra.

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