martes, 11 de enero de 2011

Pero..., ¿por qué por supuesto?

Habrá quien se pregunté por qué un psicoanálisis puede convenirle más que otras terapias psicológicas que estadísticamente se demuestran más eficientes. La respuesta inmediata que se me ocurre es que será preferible siempre que no se desee formar parte de las estadísticas.

Psicoanálisis y estadística no se pueden conjugar a no ser que se diese una estadística de lo singular, cosa totalmente inútil. De modo que un psicoanálisis es irreductible a la estadística. No es ésta la medida aplicable al alcance de la experiencia psicoanalítica. ¿Cuál será entonces el instrumento que de cuenta de su alcance?

Resultará extraño que hable aquí, de pronto, de impacto. En todo impacto se ven forzosamente relacionados dos objetos, el que recibe el impacto (el que es alcanzado), y el que impacta con éste. Y pregunto, ¿del choque entre ambos, que queda? Algo que ya ni es lo uno ni lo otro. O mejor dicho algo que ya no es sin lo otro.

Cuando algo que se dice a lo largo y ancho de un psicoanálisis impacta en el que lo dice, el que habla ya no es el mismo. Prueba de ello es que el que recibe el impacto no es otro que el cuerpo precisamente del que habla. Por desgracia (por suerte), no hay manera de tener constancia de la marca. No se trata aquí de carne para el peritaje.

¿Qué será lo que provoque que ese impacto tenga tal efecto? Una sóla cosa, lo mismo que doy por supuesto cuando hablo de la bondad del psicoanálisis, que cuando algo es verdad para el que habla, el cuerpo toma nota de ello.

Y no sólo el cuerpo, también el psicoanalista lo registra.

Un psicoanálisis, cuando lo es, se hace cargo de la verdad sea esta del tono que sea. No hay muchos lugares donde la verdad sea la invitada de honor y que, finalmente, cuando se digna a aparecer, sea bien recibida. Un psicoanálisis es uno de ellos.

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