domingo, 16 de enero de 2011

My treasure.

Por distintas razones soy proclive a  pensar que quien se haya interesado alguna vez por el psicoanálisis lo habrá terminado (o empezado) por relacionar con el inconsciente. Habrá hecho bien.

Pero, ¿qué es eso que resulta tan enigmático, de lo que, curiosamente, cualquiera puede hablar aunque nada sepa, y por lo que existe el psicoanálisis? Es aquello de lo que, precisamente, el psicoanálisis, permite saber algo. Saber del inconsciente no tiene precio puesto que invertir en ese saber, es invertir en nosotros.

Se suele pensar que el inconsciente es una especie de recipiente (como de igual forma se piensa de la memoria). Y que por tanto un análisis consiste en recuperar eso que el inconsciente guarda. Algo se recupera, es cierto, pero no porque se lo encuentre, ya terminado, después de un triste penar por los recuerdos. Se recupera un saber por medio de lo que cada quien puede ir construyendo en su decir.

Al hablar, al contarnos, recuperamos la palabra verdadera que alimenta nuestra propia causa. Lo que nos causa, que es tanto como decir lo que causa nuestro deseo. Deseo que nos permite vivir más en armonía con quien queremos ser. Menos peleados con nosotros mismos y por tanto menos peleados con el mundo.

El que se cuenta en análisis, algo está buscando. Llamémoslo o no, tesoro. Y como toda buena narración, algo despierta, tanto en el que narra como en el que escucha (quien al escuchar también se narra). Despierta un deseo de búsqueda. Aunque bien podría detenerme antes: despierta un deseo.

¿Sería entonces el inconsciente un deseo dormido?

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